lunes, 24 de septiembre de 2012

El apartamento (1960) - Billy Wilder

Cuando el genio encontró en Jack Lemmon y Shirley McLaine a la pareja perfecta.
Desde Elproyectordeconciencias llevábamos un tiempo queriendo escribir algo sobre Billy Wilder, uno de los mejores directores de la historia de Hollywood, capaz de firmar joyas tanto en el género de la comedia como en el thriller. Podíamos haber comenzado por cualquiera de la gran variedad de obras maestras dirigidas por el genial cineasta nacido en el antiguo Imperio austro-húngaro, sin embargo, hemos decidido comenzar por la tierna y conmovedora, a la vez que crítica, El apartamento (The apartment en original).
Para cuando Wilder presentó esta historia allá por 1960, ya había asombrado a público y crítica con varias películas de primer nivel como el intensísimo thriller Perdición (Double Indemnity), la completísima El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), la magnífica Testigo de cargo (Witness for the Prosecution) o la divertidísima Con faldas y a lo loco (Some like it hot). Fue precisamente en esta última en donde Jack Lemmon iba a ganarse la confianza de Billy en el filme que coprotagonizó (nunca mejor dicho, pues hubo bastantes piques entre ambos por quién merecía más planos) con Tony Curtis y en el cual también aparece la sex symbol Marilyn Monroe.

El trío protagonista de Con faldas y a lo loco.
Pero mención aparte merece la pareja del gran Lemmon en El apartamento. Shirley McLaine era por aquel entonces una jovencita de 26 años que apenas contaba con unas cuantas películas en Hollywood y a la que la dirección de Wilder iba a catapultar al estrellato. No en vano, su gran actuación le iba a valer una nominación a los Óscar como mejor actriz, año en el que Elizabeth Taylor iba a obtener la estatuilla. Es ahora el momento, una vez hecha esta introducción, de ir a la película en sí, pues quien no la haya visto arderá en deseos de saber por qué esta aparentemente sencilla obra es tan buena.

El inicio de El apartamento es ya de por sí una pequeña maravilla. En pocos minutos, Wilder nos presenta la situación. No sólo nos cuenta ya, con unas pinceladas, los rasgos más importantes de nuestro protagonista (interpretado por Jack Lemmon), sino que además nos va a hacer reflexionar sobre las penosas condiciones laborales y sociales en la etapa de quizá mayor expansión capitalista en los Estados Unidos (en las que cualquier atisbo de sindicalismo era tachado de comunismo exacerbado). De hecho, Baxter, el ya citado protagonista, alquila su pequeño apartamento a los mafiosos de sus jefes para que estos tengan sus escarceos amorosos con sus múltiples amantes, sueña con poder conseguir así un ascenso que nunca le llega a pesar de la cantidad de horas que gasta (o malgasta) en la empresa. Todo aparentemente sencillo, pero con un encanto especial, con actuaciones dotadas de un talento poco conocido, y con una dirección que le da un toque distinguible a la producción. Es el mayor secreto de esta obra maestra: su cotidianidad y naturalidad bien lograda y bien transmitida. Seguramente, muchos se sentirán reflejados en C. C. Baxter.

Baxter sufre la explotación laboral.
Amontonados como
en colmenas de abejas.
Y así, nuestro apreciado oficinista va a ver cambiado su destino cuando se enamora de la bella ascensorista Fran Kubelik (Shirley McLaine), a la cual va a intentar conquistar con una serie de desternillantes situaciones, hasta que descubre que está lejos de su alcance, pues sale con uno de los mandamases. Sí, es en el fondo una comedia de enredos con crítica social. Pero no se asusten, en esta época sabían hacerse bien, no como ahora, en donde abundan los chistes y las situaciones repetitivas y escatológicas. Aquí no se necesita eso para arrancar una sonrisa al espectador. O dos. O tres.

Inolvidables momentos nos dejan en el
filme el ingenuo Baxter (Lemmon) y la
pícara y  dulce Kubelik (Shirley McLaine).
Así avanza la trama hasta llegar a un desenlace delicioso (y no sólo porque haya una tarta como protagonista, y no les adelantamos más para no hacer spoiler a quien cometa el pecado de no haber visto aún El apartamento), el cual se hace inolvidable, y eso que también es sencillo, pero es que, ¿por qué sólo lo complejo debe ser válido en el cine?
En definitiva, estamos ante una película que no es que sea recomendable, sino que su visionado se hace imprescindible para cualquier espectador que se haga llamar cinéfilo. Además no se preocupen nuestros queridos lectores, que desde aquí les seguiremos hablando del gran Billy Wilder. Larga vida al maestro, aunque nos haya dejado hace ya una década.

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